Hoy es 21 de noviembre del 2011, ayer, tras seis meses de verborrea callejera, los defensorxs de la revolución lenta y pacífica salieron de sus queridas plazas para meterse en las urnas.
Seis meses de críticas, propuestas, cantos al aire y sonrisas no han servido más que para hacer lo mismo de siempre: legitimar el sistema existente, ese que el 15 de mayo sacó a la calle a miles de personas, las mismas que este domingo acudieron en masa a votar.
Afirmaban que el poder está en el pueblo y que la democracia que nos gobierna no es real, deslegitimándose seis meses más tarde con su participación en un tinglado que una vez más ha demostrado estar corrompido y anticuado. Sigamos escribiendo la historia de este país como siempre se ha hecho: llenándonos la boca cuando nada nos jugamos y apretando el culo cuando el lobo enseña las orejas. Dudo mucho que este modus operandi nos lleve a la revolución y mucho menos nos saque de pobres.
Se me ocurren muchas razones para explicar por qué ayer no había nadie en Sol, pero una de ellas gana fuerza: quieren que papá Estado siga siendo nuestro padre y muy señor.
Es verdad que como ciudadanxs de pleno derecho tenemos la capacidad legal y legítima de reivindicar una serie de derechos y ¿a quién reivindicamos? pues al Estado, a esa figura administrativa que ha llegado a convertirse en el único ente capaz de satisfacer las necesidades individuales que ni nosotrxs mismxs sabemos ya complacer.
El denominado Estado de Bienestar es un tipo de política estatal desarrollada por el economista Keynes, partidario de la intervención estatal en las economías capitalistas. El término comenzó a usarse tras la II Guerra Mundial en el Reino Unido. Las clases altas, jugadores protagonistas del monopoly en el que habitamos, se dieron cuenta de que el capitalismo por si mismo no podía eliminar las diferencias sociales y económicas que darían lugar al descontento social, por lo que estos poderosos grupos decidieron endiñar al Estado la tarea de acallar los conflictos que se pudieran derivar de las citadas diferencias. La estrategia no consistía en eliminar las desigualdades, esto no tendría gracia, si no que responde a la necesidad de actuar como garante de una mínima estabilidad ciudadana, como recompensa por no quejarse, por seguir permitiendo que unxs pocxs se coman lo de todxs.
El hecho de que las clases altas favorecieran este tipo de política es más que comprensible, asegurando con ello su permanencia y defensa perpetuas, pero que el pueblo se rinda a papá Estado como si éste fuera el único capaz de gestionar nuestra existencia, me cabrea un poco. En el momento en el que el pueblo asumió que pagando una cantidad mensual podía comprar una buena salud, una gloriosa educación para sus hijos o una inmejorable vida social, firmó su sentencia de muerte.
El Estado reconoció la lista de derechos y libertades del pueblo y éste a su vez legitimó al Estado como institución con la capacidad de nombrar y limitar los derechos y necesidades sociales e individuales. Fue así cómo el pueblo dejó de responsabilizarse de sí mismo y sus necesidades básicas para ir al Corte Inglés a comprar un IPod mientras otros fingían cuidar de él. La gente se acostumbró a olvidarse de sí misma, a dejarse llevar por la marea ya encauzada sin preguntar nada, sin plantearse a dónde iba o de dónde venía.
Mientras tanto, papá Estado aprovechó la confianza ciega que el pueblo había depositado en él para irse de fiesta sin contárselo a nadie. Miles de casos de corrupción estatal, una deuda soberana de tamaño incalculable o un bipartidismo digno de aula de guardería son algunas de las expresiones más claras de la juerga que se ha corrido nuestro papi.
Y entonces llega el 15 de mayo, las calles se llenan de gente, las tiendas de campaña se colocan en Sol, las asambleas se suceden, el pueblo está harto. Basta ya de robar y saquear, yo quiero que te ocupes de mí y sólo de mí que para eso te pago. Y papá se ríe, se descojona viendo como el pueblo se creyó que podía comprar su bienestar.
Los quincemeros están enfadados con los políticos por que les han quitado todo, pero cuidado, eso no quiere decir que lo quieran recuperar para gestionarlo ellxs mismxs con sus propias manitas. No, no. Ayer, cuando todxs fueron a las urnas demostraron como lo que querían era llorar a papá para ver si éste se apiadaba y volvía a cuidar de ellxs, por que la idea de hacerse cargo de sí mismxs, de responsabilizarse de sus propias vidas, les aterra, les da mucho miedo.
Ayer la gente acudió a los colegios por miedo, miedo a que papá se vaya de copas con los bancos y las multinacionales y nunca más vuelva a darnos el beso de buenas noches.
Pues bien, señoras y señores, hasta que no seamos capaces de responsabilizarnos de nosotrxs mismxs, no pidamos que otrxs lo hagan, por que eso es hipocresía, de la buena, de la que tantas veces ha cogido la pluma para escribir la historia de este país.
¡Muerte al Estado y viva la Anarquía!