Jadeos constantes, interrumpidos por un silencio frío y vacío, en medio de la nada, rodeada de una niebla cegadora entre la que adivino construcciones esqueléticas, mientras mi mirada se aferra a caminos sin destino. Veo sin observar entre la oscuridad tenue, al límite de mis fuerzas, cerca de la extenuación. Arrodillada en el suelo, siento cómo mis rodillas se clavan en el cemento mientras miro mi vómito, mi bilis, restos de mi dignidad ultrajada. Siento escalofríos y temblores en un cuerpo gopeado sin piedad por la hipocresía desbordada de una autoridad que sólo la misoginia más recalcitrante puede legitimar.
Minutos de transición, estado pasajero, momentaneo. Mis músculos comienzan a recobrar su forma, la sangre vuelve a fluir por mis venas. Sé que me encuentro en la escena que precede al levantamiento. Consigo sostenerme sobre mis piernas, mantenerme de pie y mirar al frente, por infinita vez, con la cabeza alta y la cadera ligera. Una vez más dispuesta a plantarte cara, a grabar a fuego en tus ojos que estoy aquí, viva y fuerte, dispuesta a obligarte a engullir hasta el último átomo de responsabilidad sobre tus actos.
Minutos de transición, estado pasajero, momentaneo. Mis músculos comienzan a recobrar su forma, la sangre vuelve a fluir por mis venas. Sé que me encuentro en la escena que precede al levantamiento. Consigo sostenerme sobre mis piernas, mantenerme de pie y mirar al frente, por infinita vez, con la cabeza alta y la cadera ligera. Una vez más dispuesta a plantarte cara, a grabar a fuego en tus ojos que estoy aquí, viva y fuerte, dispuesta a obligarte a engullir hasta el último átomo de responsabilidad sobre tus actos.
Una década de cuidados, atenciones y servicios, de empatía gratuita y sigo tambaleándome. Vuelvo al suelo, siento el dolor en mis rodilas. Parezco perder el control mientras me desacostumbro a quererte y me acostumbro a odiarte, sabiendo que jamás podrá mi cuerpo albergar tanto odio como mereces.
En medio del desconcierto escucho una voz lejana, pero cálida, conocida, que me susurra al oido la premisa: no desfallecer. Mantenerme siempre alerta, preparada para coger las armas en cualquier momento, para escuchar la llamada de Liza, y convertirme así en la guerrilla que debes enfrentar sin conocer victoria alguna, sólo el ostracismo más cruel jamás imaginado.
Mis pies ya no tocan el suelo mientras me lanzo a lo desconocido. Así lo elijo, prefiero morir luchando y sabiéndome manada, que rendirme ante el miedo que, en momentos de sincera intimidad, siento cómo toma mi cuerpo y mi alma abalado por tu hipocresía, tu violencia, tu misoginia, tu superioridad vacía, tu altibidad estúpida. Es entonces cuando lo veo claro, no hay alternativa, acabaré con el ser de mierda que eres.